
El frío, las intensas nevadas, y una geopolítica en metamorfosis han marcado el inicio de la 61ª edición de la Conferencia de Seguridad de Múnich (MSC), foro internacional que desde su creación en el otoño de 1963 -por el militar y editor Ewald-Heinrich von Kleist-Schmenzin- se convierte año tras año en el epicentro de la geopolítica y seguridad global, dando cita a más de 450 tomadores de decisiones de alto perfil y de alto nivel, así como líderes de opinión de todo el mundo, incluidos jefes de Estado, ministros, legisladores, personalidades destacadas de organizaciones internacionales y no gubernamentales, representantes de alto rango de la industria, los medios de comunicación, el mundo académico y la sociedad civil, para debatir los mayores desafíos de seguridad internacional, adoptando una definición integral de seguridad, que abarca no solo la seguridad nacional o militar tradicional, sino que también tiene en cuenta, entre otras, las dimensiones económicas, ambientales y humanas de la seguridad.
La MSC nació con una vocación netamente transatlántica -en su concepción tradicional Europa-EE.UU que ha sido la base de la seguridad europea desde 1945- pero cuando la Guerra Fría llegó a su fin, tanto Ewald von Kleist, quien había fundado la conferencia, como su sucesor como presidente, Horst Teltschik, decidieron invitar a participantes de países que no habían sido parte del mundo occidental antes, extendiendo la invitación a países de Europa Central y Oriental, y también de la Federación Rusa.
El tema central en la agenda de este año es sin lugar a duda el futuro de Ucrania. Varios elementos marcan el telón de fondo; por un lado el presidente Trump confirmaba hace algunos días que había tenido “una larga y muy productiva llamada telefónica con el presidente de Rusia, Vladimir Putin” , rompiendo así con el aislamiento a Moscú que ha caracterizado la acción exterior de occidente -especialmente de la Unión Europea- desde la invasión a gran escala de febrero de 2022, llamada donde se abordaron temas transcendentales como el posible inicio de una mesa de negociaciones sobre la guerra en Ucrania, la situación en Medio Oriente o el futuro de la Inteligencia Artificial, sugiriendo además una primera reunión bilateral posiblemente en Arabia Saudita que involucraría eventualmente al príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman. Poco después el presidente Trump anunciaba que se comunicaría también con su homólogo ucraniano el presidente Zelensky.
Del otro lado del Atlántico las reacciones de la Unión Europea han ido escalando. Varios Estados miembros han mostrado su desconcierto al asomarse la posibilidad de no incluir al bloque en las negociaciones, cuando ha sido la UE el mayor donante en materia humanitaria, política y militar a Kiev, incluso otorgándole el estatus de país candidato. Kaja Kallas, Alta Representante de la UE, declaraba desde la sede en la OTAN en Bruselas «si se llega a un acuerdo a nuestras espaldas, sencillamente no funcionará. Porque, para cualquier tipo de acuerdo, se necesita que los europeos lo apliquen y se necesita que los ucranianos también lo hagan.»
Por su parte António Costa, presidente del Consejo Europeo, ha expresado que «La paz no puede ser un simple alto el fuego. Rusia debe dejar de ser una amenaza para Ucrania, para Europa y para la seguridad internacional». Recordemos, que consecutivamente los líderes europeos han reiterado su respaldo “incondicional” a la integridad y soberanía de Ucrania así como una ayuda y cooperación “por el tiempo que sea necesario”. Una eventual mesa de negociaciones sobre la guerra en Ucrania no sólo tendría que lograr un cese al fuego sino evaluar las posibilidades de garantías de seguridad para Kiev, ante la imposibilidad aparente de su ingreso a la OTAN.
Estados Unidos insiste que ha llegado la hora de que Europa asuma la responsabilidad de su seguridad -idea respaldada por potencias del bloque como Francia- mientras Washington parece enfocarse ahora en el Indo-Pacífico. El desafío es colosal. El informe de competitividad de Mario Draghi estima que la UE necesitará aproximadamente 500 mil millones de euros durante la próxima década para seguir siendo competitiva en la defensa global. El Comisario de Defensa y Espacio de la UE, Andrius Kubilius, presentará un «Libro Blanco sobre la Defensa Europea» antes del 19 de marzo, que describe las medidas para preparar a la UE tanto para contingencias militares inmediatas como para desafíos de seguridad a largo plazo en el escenario mundial, donde el respaldo de Washington a Europa ya no parece ser una certeza incondicional.
En Múnich la presidenta la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha advertido que una Ucrania “derrotada debilitaría a Europa, pero también a EE. UU.”. Hace unos días se publicaba el Informe de Seguridad de Múnich 2025 titulado “Multipolarización”, un fenómeno peculiar que busca analizar la convergencia de un mundo más multipolar y el aumento de la polarización y divisiones entre las grandes potencias.
En su epílogo, el Embajador Christoph Heusgen presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich afirma “Si bien es posible que el mundo aún no sea verdaderamente multipolar (y tal vez nunca lo sea), ya vivimos en un mundo moldeado por la «multipolarización», como argumenta el Informe de Seguridad de Múnich de este año. La noción de multipolarización describe tanto un cambio global de poder hacia un mayor número de actores en todo el mundo como una creciente polarización a nivel internacional y nacional. Centrándose en una serie de países que a menudo se consideran (potenciales) «polos» en un orden multipolar emergente, los autores muestran que hay diferentes puntos de vista sobre cómo debería ser un orden futuro, tanto entre los actores clave como también dentro de ellos. Como muchas personas en todo el mundo esperan, un mundo multipolar podría ser más justo, tal vez incluso más pacífico. Pero también podría revertir el progreso, alimentar las desigualdades, dañar los derechos humanos, restringir la resolución de problemas globales y hacer que la guerra sea más probable. Si queremos preservar el terreno común en un mundo moldeado por más actores y una creciente polarización, todos tenemos que volver a comprometernos con las reglas establecidas en la Carta de las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de Derechos Humanos que todos han aceptado. Un mundo multipolar no debe convertirse en un mundo en el que cada polo actúe como le plazca ni donde el estado de derecho se vea socavado tanto a nivel internacional como a nivel nacional”.
Lo cierto es que la única certeza aparente hoy es que el paradigma de seguridad y orden internacional que conocíamos se diluye, y el surgimiento de un nuevo orden global es inminente.