Hoy vale la pena mencionar el reconocimiento que se expresa en el Acta Final de Helsinki de 1975 de la estrecha relación que existe entre la paz y la seguridad en Europa y en todo el mundo, y concientizar de la necesidad de que cada uno de ellos contribuya al fortalecimiento de la paz y la seguridad mundiales.
En sintonía con lo planteado por el profesor Francis Fukuyama, los Estados parecían apuntar hacia la resolución exclusivamente por medios pacíficos de toda controversia entre ellos a través de los medios estipulados en el Artículo 33 de la Carta de las Naciones Unidas, bajo la percepción que esto funge como complemento de la abstención a recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza, a excepción de casos específicos como mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y apuntando precisamente hacia un modelo de cooperación internacional y buena vecindad orientando a la consolidación del multilateralismo teniendo como telón de fondo una Sociedad de la Información como lo plantea el profesor y sociólogo español Manuel Castells y un mundo globalizado e interconectado. El rumbo parecía dar buenos resultados; por ejemplo, David Dollar (2005) economista estadounidense y director de País para China del Banco Mundial afirma que “por primera vez en dos siglos por lo menos, antes que aumentar, la desigualdad económica estaba disminuyendo. “
Tal como lo expresaba Vargas Llosa en su discurso en Estocolmo al recibir en el año 2010 el Premio Nobel de Literatura, “creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido.” (Vargas Llosa, 2010, p.4)
Hoy autores como Dacoba (2022) Director del Instituto Español de Estudios Estratégicos que plantean una deriva desde el multilateralismo hacia el “nuevo orden policéntrico”; según el autor estamos frente al fin de lo que denomina el “momento unipolar” y la Pax Americana que pusieron fin a la Guerra Fría pero que sólo estuvieron vigentes en la década de los años noventa del siglo XX ejemplificado en momentos como la apresurada salida de EEUU de Kabul en agosto de 2021, pese a la mediación de Qatar y la firma de los Acuerdos de Doha. En la Conferencia de Seguridad de Múnich de este año se habla de la “multipolarización”, una suerte de convergencia entre un mundo multipolar pero una alta polarización entre las superpotencias.
La contención del poder a la que se refiere Dacoba, que había generado la revolución nuclear y la carrera armamentística de EEUU y la URSS conjugado a la moderación habría contribuido significativamente a la estabilidad del sistema que tenía como norte normativo y axiológico el mayor crecimiento de la democracia, el respeto de los derechos humanos y la prosperidad. Parecía tener preponderancia en las RRII el idealismo, en clave legalista, como apunta el profesor Calduch (1993) que busca la Gobernabilidad en conjunción con la legitimidad (la tradición del “buen gobierno”, como capacidad para administrar justicia, dar legitimidad al ordenamiento político-social, brindar respeto a los derechos humanos y proveer el bienestar general) y de la estabilidad (tradición del orden político, como capacidad del sistema de durar en el tiempo adaptándose continuamente a la realidad para lograr el equilibrio entre las demandas sociales y la capacidad de respuesta intergubernamental).
Hoy es cuestionable continuar hablando de un “orden internacional”. Tal como expresan los investigadores Arbeláez-Campillo y Villasmil Espinoza (2020) en clave politológica un Nuevo Orden Mundial “seria en principio un fenómeno suscitado en el nivel macro-político a escala global a desarrollarse al menos en tres etapas o momento diferenciales: a) transición, b) estructuración y, c) desarrollo y consolidación”.
En este debate podríamos también inclinarnos por la idea kantiana del progreso asintótico hacia la paz perpetua, como utopía histórica, que el hombre racional en lo social tiene el deber moral de buscar, donde somos parte de un proyecto particular de proyección universal, que le da sentido al curso del progreso moral de la historia, y una razón de ser al ideal de progreso humano, como motor de nuestra historia, y como motor de desarrollo de nosotros, en cuanto seres racionales y morales, y como personas agentes que desde la perspectiva de Kant encubre precisamente esta intención de la naturaleza y que podría estar en el fondo de insurrecciones prodemocráticas como la Primavera Árabe. De este modo, la política exterior debería estar orientada a fines éticamente superiores y a la construcción de un mundo más justo y moral, entendiendo a la cooperación como un fenómeno necesario para el logro de una paz duradera, partiendo de la premisa que la cooperación en instituciones internacionales atrae más cooperación y menos conflicto.
A partir de esto parece plausible concordar con que el Nuevo Orden Mundial apuntará hacia “la no – polaridad, la uní – multipolaridad, la interpolaridad y la heteropolaridad como los modelos que surgen para explicar las distintas aristas que el reordenamiento de un nuevo orden mundial requiere después del debilitamiento de la hegemonía dominante.” Amador (2021)
Paul y Hall citados por la profesora Esther Barbé Izuel (2004) matizan ligeramente las palabras de Kissinger al identificar tres mecanismos de creación y mantenimiento del orden en el pensamiento realista: equilibrio del poder, concierto de potencias y estabilidad hegemónica, ya que es claro que se están generando nuevos equilibrios de poder, irrumpiendo nuevas potencias con incidencia global donde no se percibe una estabilidad hegemónica.
El futuro de las actuales negociaciones EE.UU-Rusia, los esfuerzos por prolongar la tregua en Gaza, la redefinición del esquema de seguridad en Europa, el reequilibrio de influencias en el Indo-Pacífico, así como el fortalecimiento de una visión transaccional de las relaciones exteriores, serán elementos cruciales para profundizar en este empeño por intentar descifrar las claves del nuevo orden global.