Las tensiones al este de Ucrania encarnan el deterioro de las relaciones ruso-occidentales y colocan, en jaque la seguridad del continente europeo. La acumulación de tropas, que suman más de 100 000 efectivos militares y equipamiento de guerra de Moscú en la frontera rusa con Ucrania, así como los ejercicios militares conjuntos con Bielorrusia, generan ansiedad en toda Europa; el denominado Triángulo de Weimar, formado por Alemania, Francia y Polonia, apuestan por el dialogo y la persuasión; el temor a una reconfiguración de la arquitectura de la seguridad europea desencadena una suerte de pánico desde el Báltico hasta Rumania; las fronteras de la OTAN reivindican su derecho a expandirse y a no ceder en sus aspiraciones defensivas y geoestratégicas, mientras Moscú siente amenazado su “espacio vital”, con un europeísmo democrático creciente en Kiev como telón de fondo.
Rusia y Ucrania comparten una historia que se remonta a la época medieval, pero desde la disolución de la Unión Soviética en 1991, su relación ha sido cada vez más tensa. Cerca del 75% de los ucranianos ven su futuro en la Unión Europea y el 90% apoya la independencia frente a Moscú; el Euromaidán o la Revolución de la Dignidad iniciada en Kiev por estudiantes preeuropeos y nacionalistas con ansias de libertad, igualdad y democracia, que derrocó a Víktor Yanukóvich, pese a la represión y a las decenas de manifestantes asesinados es la mayor prueba que Ucrania, aunque habría sufrido hasta el siglo XIX la falta de un territorio bien definido y hogar de varios enclaves étnicos y profundas divisiones culturales, aspira no sólo a consolidarse como un Estado unitario independiente sino como un enclave del paradigma democrático moderno en lo axiológico y en lo procedimental. En la visión soviética, Kiev era vista como la cuna de la cultura rusa y bielorrusa y la fuente de su fe ortodoxa. Incluso en épocas de Gorbachov la idea de Kiev como la capital de un país vecino era inimaginable para muchos rusos.
La brutalidad que se sucede desde el año 2014 en la región Donbas, luego de la anexión de Crimea, que fue vista por Occidente como una violación gravísima al derecho internacional, se recrudece hoy hora tras hora. Para muchos analistas el trasfondo de esta cuestión es un deseo nostálgico de Moscú de retornar aquella política expansionista imperial, zarista o soviética; el respaldo de Putin a Lukashenko en las revueltas en Bielorrusia durante el 2020, o más recientemente el espaldarazo táctico y diplomático a Kassym-Jomart Tokáev durante las protestas en enero de este año en Kazajistán nos demuestran que Moscú no está dispuesta a arriesgar ningún bastión de influencia.
Lo cierto es que una guerra en Ucrania tendría consecuencias globales; de allí el frenético esfuerzo de gran parte de los líderes mundiales por detener y revertir una posible guerra. En los últimos días Kiev se ha convertido en una pasarela de presidentes, jefes de gobierno, jefes de Estado y ministros de Asuntos Exteriores comenzando por el primer ministro británico Boris Jonhson, pasando por el secretario de Estado de EEUU Anthony Blinken, o el presidente francés Enmanuel Macron.
En el ajedrez geopolítico internacional confluyen en torno a la cuestión ucraniana muchos elementos y variables a considerar; por un lado Moscú pide garantías para que la OTAN no siga expandiendo sus fronteras incluyendo el veto a una eventual anexión de Ucrania al bloque militar, hipótesis que acaricia el presidente ucraniano Volodímir Oleksándrovich Zelenski con intensidad desde el año 2020 al entrar como beneficiario del programa “Nuevas oportunidades” de la organización transatlántica, y que contaría con el respaldo amplio de socios claves como EEUU. Pero no es la primera vez; el Kremlin también se opuso tajantemente al ingreso de Noruega a la OTAN en 1949, así como manifestó su recelo por el ingreso sucesivo de las nuevas democracias de Europa Central y Oriental, desde la región del Báltico hasta los Balcanes Occidentales durante la Guerra Fría.
La amenaza concreta de Occidente hacia Moscú en caso de una incursión militar rusa en Ucrania son las sanciones internacionales multidimensionales a gran escala. Desde Washington, pasando por Londres, Berlín o Bruselas la posición es cohesionada: si se intenta redibujar las fronteras habrá consecuencias inmediatas. Un eventual escenario sancionatorio en la escala planteada a Rusia afectaría gravemente su acceso al sistema financiero internacional, a suministros cruciales de alta tecnología europea y estadounidense, e incluso altos miembros del gobierno se verían afectados. Sin embargo, Rusia tiene capacidades financieras que incluyen un banco central con más de 600.000 millones de dólares en reservas y alguna experiencia en esquivar sanciones internacionales.
Por su parte, Europa es en lo inmediato uno de los mayores afectados; el desaire de Putin a Macron, tras una larga reunión de 5 horas que sólo ha conseguido ganar tiempo, es una muestra de poder y cierta superioridad estratégica; la variable de la seguridad energética y cibernética son puntos débiles para Europa; Putin tiene la capacidad de privar del vital gas natural ruso que surte en su mayor parte a Europa; si bien Bruselas podría renegociar suministros de países como Argelia o Noruega, sus capacidades no serían suficientes para reemplazar las capacidades rusas; al mismo tiempo Biden en compañía de un titubeante canciller alemán Olaf Scholz en la Casa Blanca amenaza con cancelar el gaseoducto Nord Stream II.
Aunque empecemos a presenciar una desescalada en las tensiones en los próximos días ya se barajean sobre la mesa escenarios como una eventual unión de Suecia y Finlandia a la OTAN, y en general la resurrección de las fuertes tensiones entre el anacrónico Pacto de Varsovia y el Tratado de Washington.
Lo cierto es que tal como lo ha dicho Su Santidad Papa Francisco una guerra sería absurda. Una invasión exitosa de Ucrania también sentaría un precedente político desestabilizador realmente alarmante; el orden internacional pende pues de un hilo. La guerra aún se puede evitar, pero el tiempo para actuar por la paz parece agotarse.