
Los estudiosos de relaciones internacionales concuerdan que la diplomacia no se trata solo de sustancia, sino también de los modos, como lo categorizaría la filosofía de Spinoza. Las acciones simbólicas, los rituales y las lentes ayudan a dar forma a las percepciones de legitimidad, credibilidad y jerarquía. Precisamente después de seis llamadas telefónicas bilaterales Trump-Putin, cinco viajes del enviado de Trump, Witkoff a Moscú, la cumbre de Alaska del pasado 15 de agosto encarna este principio, en el que sería el primer encuentro a nivel de jefes de Estado entre EE. UU. y Rusia tras la cumbre de Ginebra de Biden con Putin en 2021 en Ginebra, y el primero desde la invasión injustificada a gran escala de Rusia contra Ucrania en febrero de 2022. Hoy tras casi cuatro años de guerra a gran escala, la vía de las negociaciones tiene una oportunidad. Sin embargo, el escepticismo y la incertidumbre siguen vigentes.
Un origen contemporáneo del punto en el que nos encontramos lo podemos situar a principios de 2014, tras las protestas masivas en Ucrania que derrocaron al presidente pro-ruso Viktor Yanukóvich, cuando Putin invadió y anexó la península de Crimea. Una guerra de desgaste ha tomado lugar desde entonces tras el precipitoso colapso de los Acuerdos de Minsk I (2014) y Minsk II (2015) tras negociaciones bajo el «Formato de Normandía» (Rusia, Ucrania, Francia y Alemania) que fueron intentos diplomáticos para detener la guerra en el Donbass entre Ucrania y los separatistas respaldados por Rusia, que obviamente fracasaron, temor que sigue vigente en el horizonte ante el diseño de una nueva arquitectura de seguridad para Kiev y en último termino para Europa.
Tras la Cumbre de Alaska el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, y varios aliados europeos: la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; el presidente francés, Emmanuel Macron; el primer ministro británico, Keir Starmer; el canciller alemán, Friedrich Merz; la primera ministra italiana, Giorgia Meloni; el presidente finlandés, Alexander Stubb, y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, se reunían con el presidente Trump en la Casa Blanca el 18 de agosto; en la agenda tres puntos focales, organizar una Cumbre bilateral entre Rusia y Ucrania, el tema territorial y negociar garantías de seguridad para una paz justa y duradera.
Un catalizador, sin lugar a dudas, fue una actitud mucho más contundente de Washington cuando la Administración Trump amenazara a Moscú de “graves consecuencias» si Putin se negaba a negociar la paz, que incluiría sanciones y aranceles mucho más agresivos a todas las exportaciones rusas, que acompañarían los 19 paquetes de sanciones de la UE que se han aprobado en Bruselas en los últimos 3 años, dirigidos a aumentar los costes de la guerra para Moscú, erosionar los ingresos de la maquinaria de guerra, reducir la dependencia del bloque a las hidrocarburos rusos -que se situaba en un 40% previo a la invasión a gran escala- incluyendo topes a los precios del petróleo y gas ruso, y presionar una resolución diplomática del conflicto.
Desde el inicio de la guerra de agresión de Rusia, la UE y sus Estados miembros han proporcionado 164 800 millones de euros en apoyo a Ucrania y a su población. Estados Unidos cifra en unos 65.900 millones de dólares su apoyo. En total Ucrania ha recibido 270.000 millones en tres años de guerra, esto junto a la valentía y resiliencia del pueblo ucraniano -como lo recordaba la primera ministra italiana Giorgia Meloni en la cumbre de Washington- es lo que ha permitido resistir a Kiev.
Hoy ante la expectativa de una cumbre bilateral Putin-Zelensky y posteriormente una trilateral con Trump, el siguiente paso crítico es definir las ahora peligrosamente vagas propuestas de garantías de seguridad que es un punto fundamental para cualquier discusión sobre cómo terminará la guerra de Rusia contra Ucrania, donde las posiciones maximalistas se deben tomar con cautela. Ginebra, Estambul o incluso Budapest se barajan entre las opciones de la locación, abiertos a sorpresas; de hecho durante la reunión en la Casa Blanca, el presidente Trump converso con el primer ministro húngaro Viktor Orbán -con quien tiene excelentes relaciones- para preguntarle por qué Hungría se negaba a la apertura de las conversaciones de adhesión que, una vez completadas, verían a Ucrania cubierta por la cláusula de defensa común de la Unión Europea.
Por ahora se estima una compra de armas por parte de Kiev a Washington de 100 mil millones de dólares -financiado por la Unión Europa- y una ambiciosa asociación con drones con empresas estadounidenses por valor de otros 50 mil millones de dólares. El Kremlin ya ha sido tajante en afirmar que no tolera ni tolerará presencia de tropas occidentales estacionadas en Ucrania, así como un veto al ingreso de Kiev a la OTAN -idea que ya parece asumir también occidente- así como la presencia de Moscú en cualquier conversación sobre garantías de seguridad, reforzando las preocupaciones de que los compromisos fuesen condicionales y transaccionales.
La llamada «Coalición de la Voluntad» encabezada por Francia y Reino Unido impulsa garantías de seguridad que en palabras presidente del Consejo Europeo, Antonio Costa que sería algo “similar al Art.º 5.º de la OTAN” junto con los Estados Unidos para continuar suministrando armas a Kiev y entrenar a las fuerzas armadas ucranianas. La sugerencia de concesiones territoriales -que serían debatidas de forma bilateral entre Kiev y Moscú- corre el riesgo de normalizar la idea de que la soberanía es negociable cuando las grandes potencias lo consideran necesario.
Lo cierto es que las guerras tienen consecuencias, tanto para los victoriosos como para los derrotados. Tucídides, el antiguo pensador y miliar griego escribió: «El derecho, cómo va el mundo, solo está en cuestión entre iguales en el poder, mientras que los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben».
En consecuencia, las cumbres de Alaska y Washington han catalizado los debates sobre el futuro de la OTAN, la integración europea y el equilibrio de poder en Eurasia con implicaciones a escala global. La geopolítica se reforma día a día y un nuevo orden global están en el horizonte cercano.