
Estados Unidos y el mundo se encaminan a la inauguración del segundo mandato de Donald Trump, período decidido a remodelar definitivamente los mecanismos y sistemas de hacer política a nivel nacional -no sólo de EE.UU- sino de la geopolítica mundial. America Firstcontará con un Senado y una Cámara Baja mayoritariamente republicana que dará un amplio margen de maniobra a las decisiones de la Oficina Oval. El retorno de Trump sucede justamente en un momento de crisis de los consensos de la posguerra y de un cuestionamiento -alimentado por las redes sociales- de elementos políticos, culturales y societales muy importante; desde la lucha contra el cambio climático hasta la necesidad de políticas públicas que promuevan la inclusión y la diversidad, lo que parecía una fuente de unanimidad y sendas de trabajo que superaban las divisiones ideológicas y partidarias, se han convertido en fuentes de polarización y radicalización.
La narrativa del miedo permea el liderazgo político que denuncia un establishment, y procura un retorno al proteccionismo, que contrasta con el espíritu de fraternidad y cooperación universal como paradigma de la acción exterior. La migración es un talón de Aquiles; Trump ha prometido la mayor deportación de la historia, y utilizar todos los medios necesarios para lograr este cometido. Lo cierto es que el mundo de hoy está marcado por sociedades agotadas y fatigadas de las consecuencias -aún perceptibles- de la pandemia por Covid-19, del letargo económico, de la espiral inflacionaria, y plagadas de múltiples focos de conflicto global -Gaza, Ucrania, Sudán, etc.- que dinamitan las aspiraciones de paz y seguridad internacionales, ansiosas de estabilidad y previsibilidad. Curiosamente, la retórica de rearmarse para la paz se apodera de Occidente empujando una nueva carrera nuclear y armamentística. La intransigencia de actores hostiles a los lineamientos del derecho internacional cuestiona la efectividad de la institucionalidad multilateral.
La percepción parece intentar arrebatarle el lugar a la realidad; los hechos pierden terreno frente a la narrativa; pesa más el cómo y quién lo dice que el hecho objetivo; este debate filosófico nominalista se reabre en un momento de metamorfosis social, política y económica. La irrupción de la Inteligencia Artificial asegura el puesto de la Big Tech entre los actores globales.
Precisamente una encuesta del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) revela que el regreso de Trump deja a los aliados tradicionales de Washington ansiosos y el Sur Global optimista. El pesimismo de los aliados tradicionales de EE. UU está relacionado principalmente con las dudas que Trump ha alimentado sobre el futuro de la OTAN. Recordemos que la UE ha prometido todo el apoyo -por el tiempo que sea necesario- a Ucrania para hacer frente a la agresión rusa. La promesa de Trump de culminar con la guerra en 24 horas deja más dudas que certezas para Kiev.
La OTAN busca reducir la incertidumbre y estima que 23 de sus 32 miembros cumplirán el objetivo de gastar al menos el 2% del PIB en defensa este año, frente a los tres países que lo cumplían hace una década. La OTAN está aumentando su gasto en defensa, lo que se debe, en parte, a la presión ejercida por Trump sobre la alianza durante su anterior presidencia, pero sobre todo a la invasión de Ucrania por parte de Rusia.
Estados Unidos es, por amplia diferencia, el mayor financiador de la OTAN y gastará alrededor de 968 mil millones de dólares en defensa en 2024, según las últimas estimaciones de la alianza. Los miembros europeos están tratando de equiparlos -relativamente hablando- con Alemania alcanzando este año el objetivo del 2% de gasto del PIB por primera vez desde el final de la Guerra Fría, y Francia también. Muchos países fronterizos con Ucrania y Rusia han aumentado sus gastos a la luz del conflicto, como Estonia, Finlandia, Rumanía, Hungría y Polonia. La OTAN previsiblemente mirará con mayor atención al Pacífico, ampliando su criterio geográfico, por petición de EE. UU y ante la decisión de contrarrestar el crecimiento del poderío de China en la región. La tensión comercial -alimentada principalmente por los aranceles- entre Washigton y Beijing será acompañada por un aumento de la competición tecnológica entre Estados Unidos y China, generando posiblemente una nueva bipolaridad, donde los BRICS parecen ya haber tomado una decisión.
Por otro lado, Groenlandia, con sus minerales y posición estratégica en el Ártico se ha convertido -como era previsible- en un elemento álgido de la geopolítica global; el deshielo de los glaciares abre nuevas posibilidades de rutas para el comercio marítimo internacional y aumenta la apetencia por explotar sus cuantiosos yacimientos; Trump ha ofrecido comprarla para hacerla parte de EE.UU -alineado con su oferta a Canadá de convertirse en el estado 51 de la nación-, pero tensa las relaciones con Copenhague y por ende con la UE, al ser territorio comunitario.
En materia climática el presidente electo Donald Trump, retiró a EE. UU. del Acuerdo de París durante su primer mandato y ha prometido hacerlo de nuevo en su segundo, justo en un punto de inflexión climática al que Brasil tratará de hacer frente durante su presidencia en la venidera COP30.
Lo cierto es que tenemos más dudas que certezas respecto a las decisiones de la venidera administración estadounidense, pero hacemos votos por el éxito de su gestión, en un momento de alta volatilidad de la escena global.