Haití no ha logrado combatir esta cultura del terror, de la violencia, lo que consecuentemente degenera en un Estado fallido, incompetente en sus funciones naturales consagradas en el contrato social
Haití es un país absolutamente arrasado por la corrupción, la violencia, la total ausencia del Estado de Derecho, el crimen organizado y la inestabilidad política. La que en 1804, por una revuelta de esclavos liderada por el general Toussaint Louverture se convirtió en una nación independiente de toda América Latina y el Caribe, siendo la primera en el mundo en abolir la esclavitud, así como unas de las naciones más prosperas del continente durante el S. XIX, lamentablemente ha vivido desde entonces sangrientos episodios de guerras civiles, enfrentamientos y represión política hasta la perpetuación de nuevos caudillos como la familia Duvalier-François, el padre, apodado ‘Papa Doc’ y su hijo Jean-Claude, ‘Baby Doc’ quienes entre 1957 a 1986 no sólo ejercieron una abominable violencia política, sino que saquearon el erario público hasta la insurrección popular de 1986 que derrocó a Jean Claude Duvalier quien se exilió en Francia
La década de los 90´s del S. XX daba esperanza al pueblo haitiano con la elección de Jean-Bertrand Aristide, primer presidente electo democráticamente en el país. Lamentablemente, apenas 7 meses después de su elección es derrocado por las fuerzas militares, quienes retoman un capítulo de persecución y violaciones sistemáticas a los DDHH. Aristide se exilia primero en Venezuela y luego en EE. UU., país que en 1994 apoyó su vuelta al poder proveyendo asistencia militar y soporte diplomático.
Pese al programa de reformas neoliberal, siguiendo los lineamientos del denominado Consenso de Washington, la situación financiera y social del país se siguió deteriorando, hasta que en 2004 una población hundida en la miseria y harta de la corrupción se levanta nuevamente contra Aristide, año en que la ONU envió ese mismo año una misión de paz -MINUSTAH- buscando la estabilización del país.
El 12 de enero de 2010, Haití sufrió un terremoto devastador que dejó al menos 220.000 personas muertas, otras 350.000 quedaron heridas y se registró un millón y medio de damnificados.
Tras el magnicidio del presidente Jovenel Moïse en julio de 2021, quien se perfilaba como una voz joven, el control del país pasó a manos de Ariel Henry, político y neurocirujano de 74 años que hizo gran parte de sus estudios y carrera en universidades en Francia y Estados Unidos, ante la imposibilidad continuada de lograr una convocatoria a elecciones ante una situación de seguridad permanentemente en erosión. El país no ha celebrado elecciones parlamentarias ni generales desde 2019 generando una profunda crisis de legitimidad.
Precisamente hace unos días el ya ex primer ministro en encontraba en Kenia donde se disponía a firmar un acuerdo de envío de 1.000 policías kenianos a Haití para restablecer la situación de seguridad. Según Naciones Unidas en 2023 el número de homicidios denunciados en el país aumentó un 119,4% en relación al año anterior.
La reciente cumbre de Jamaica entre aliados caribeños y Estados Unidos, con la presencia de Naciones Unidas, Francia y Canadá, selló el final político del primer ministro haitiano, siendo el presidente interino de la Comunidad del Caribe (Caricom) y mandatario de Guyana, Irfaan Ali, quien anunciara in advance la dimisión de Ariel Henry, en medio de una ola de violencia sin freno que asfixia a la población y que impidió su retorno al país luego de su viaje a Kenia obligándolo a permanecer en Puerto Rico. Sin embargo, el portavoz del Departamento de Estado estadounidense, Matthew Miller, declaró el pasado miércoles que Estados Unidos no estaba pidiendo la dimisión de Henry, sino «instándole a acelerar la transición hacia una estructura de gobierno empoderada e inclusiva» según reportaron varios medios en EEUU.
La reunión en Kingston apuesta por conformar un consejo presidencial para la transición, que conduzca al país a unas elecciones generales, con personalidades de reconocido prestigio elegidas de forma cuidadosa. El país está aislado plenamente de conexiones aéreas internacionales. Estados Unidos por el momento ha prometido una inversión logística de 200 millones de dólares.
El caos ha tomado el control de la capital, Puerto Príncipe es hoy una ciudad contralada en un 80% por las bandas. La situación social es crítica; según el Banco Mundial aproximadamente 5,5 millones de haitianos -casi la mitad de la población- necesita ayuda humanitaria. Su vecino más próximo, República Dominicana su compañera de isla, ha expresado su profunda preocupación por la situación pidiendo apoyo internacional para “salvar Haití del colapso” como lo expresaba el presidente Luis Abinader, que sin lugar a duda, sería una gran amenaza para la paz y seguridad de todo el continente.
Las sociedades generalmente están ligadas a la estructura del Estado, que es en general el arquetipo regulador que tiene la función instrumental de permitir la convivencia; algo grave en torno a esta particular situación sociopolítica haitiana es que se está formando un Estado efectivo por debajo del Estado formal que rige la conducta y la manera de vivir de las personas.
Haití no ha logrado combatir esta cultura del terror, de la violencia, lo que consecuentemente degenera en un Estado fallido, incompetente en sus funciones naturales consagradas en el contrato social. Tal como lo afirma el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Haití es “insostenible”.