La Real Academia Española define vorágine de tres formas: “1. f. Aglomeración confusa de cosas, sucesos o personas. 2. f. Pasión desenfrenada o mezcla de sentimientos muy intensos. 3. f. cult. Remolino de gran fuerza que se forma en el agua del mar, de un río o de un lago.” Esta semana la geopolítica del mundo se ha insertado en una suerte de vorágine cuyo alcance y consecuencias marcarán la agenda internacional del año 2025.
El epicentro se ha centrado nuevamente en Ucrania cuando se cumplen más de 1000 días de guerra, tras la invasión militar a gran escala de Rusia contra Ucrania el 24 de febrero de 2022, en una guerra de agresión que Putin calificó en su momento de “operación militar especial” pero que representa una agresión flagrante del derecho internacional, violando los principios de integridad y soberanía territorial y la Carta de las Naciones Unidas, en especial su artículo 2.4 que prohíbe el uso de la fuerza entre Estados. Es importante señalar tal como lo menciona la profesora Araceli Mangas Martín “que esa prohibición conoce dos excepciones: a) la legítima defensa, como respuesta a una previa agresión, prevista por el art. 51 de la Carta y de conformidad con sus procedimientos, y b) la autorización del Consejo de Seguridad a los Estados no agredidos para usar la fuerza contra el Estado agresor (como la coalición internacional para repeler la agresión de Irak a Kuwait en 1990)”
Precisamente en torno a 41 países, especialmente en Occidente han apoyado a los ucranianos a resistir esta agresión, que, si bien hasta ahora se ha confinado geográficamente a Ucrania, ha reestructurado para siempre la arquitectura de seguridad no sólo en Europa, sino que ha tenido consecuencias políticas, diplomáticas económicas y sociales a nivel global, que hoy se intensifican y tienden a escalar.
La Unión Europea (UE) y sus 27 Estados miembros han puesto a disposición cerca de 133 mil millones de dólares en asistencia financiera, militar, humanitaria y apoyo a los refugiados. Además, en febrero de 2024, los líderes europeos acordaron comprometer hasta 54 mil millones de dólares hasta 2027 para el denominado Ukraine Facility para apoyar la recuperación, reconstrucción y modernización de Ucrania, así como sus esfuerzos para llevar a cabo reformas como parte de su camino de adhesión a la UE. Esto llevaría los compromisos de la UE hasta la fecha a más de 168 mil millones de dólares. Por su parte los Estados Unidos han proporcionado cerca de 64.100 millones de dólares en asistencia militar a Ucrania desde febrero de 2022.
La reciente incorporación de tropas norcoreanas a las filas de Moscú en su agresión contra Ucrania precipitó la decisión del presidente de EE.UU. Joe Biden de autorizar el uso por parte de Kiev de misiles de largo alcance suministrados por Estados Unidos, petición de largar data del presidente Zelenski, para atacar objetivos dentro de territorio ruso, lo que llevó a Ucrania a usar el Sistema de Misiles Tácticos del Ejército fabricado en Estados Unidos, o ATACMS por sus siglas en inglés, para atacar la región de Briansk en Rusia el martes.
La primera reacción del Kremlin fue actualizar su doctrina nuclear, en la que Rusia considerará como un ataque conjunto cualquier ataque de un país no nuclear respaldado por una potencia nuclear. También señaló que el país podría tomar represalias con fuerza nuclear contra un ataque con armas convencionales que amenaza su soberanía, lo que supone una alarmante escalada del riesgo nuclear a nivel global.
Otro factor de escalada cualitativa y cuantitativa ha sido el uso por parte de Moscú de un nuevo misil balístico hipersónico de alcance intermedio contra Ucrania el jueves pasado.
El riesgo de un «Armagedón» nuclear está más cerca que nunca desde la crisis de los misiles de Cuba de 1962. La caldeada situación en Ucrania tendría repercusiones inminentes en otros conflictos activos que se deterioran día a día; aumento de las tensiones en la península Coreana, donde Seúl advierte de una mayor cooperación militar entre Pyongyang y Moscú; la posibilidad de escalda real en el Medio Oriente, donde se perpetúa una crisis humanitaria en Gaza insostenible, con el riesgo latente de la incorporación al conflicto de actores regionales con capacidad nuclear como Irán.
El Consejo de Seguridad -ante el poder de veto de sus miembros permanentes, entre ellos Rusia- ha demostrado ser incapaz de preservar la paz y seguridad internacionales. La necesidad de reformar las instancias de gobernanza global es imperativa.
En paralelo, las apremiantes problemáticas globales se enquistan, desde el Cambio Climático -donde en Bakú en la COP29 los negociadores ven complejo un documento definitivo que de esperanza a las ambiciones de financiamiento climático- hasta el hambre y la pobreza. Precisamente en Rio de Janeiro, en el marco del G20 bajo el liderazgo de la presidencia brasileña se ha lanzado la Alianza Global Contra el Hambre y la Pobreza.
El presidente Lula da Silva citó datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) según los cuales 733 millones de personas estarán desnutridas en 2024. Aproximadamente 712 millones de personas vivían en la pobreza extrema en 2022, 23 millones más que en 2019, con tasas más altas que afectan a los países más pobres, y los niños se ven afectados desproporcionadamente, ya que tienen el doble de probabilidades que los adultos de vivir en la pobreza extrema. Lula destacó que en un mundo donde se producen 6 mil millones de toneladas de alimentos al año, además de un gasto militar del orden de 2,4 billones de dólares, el hambre es inaceptable. La Alianza, cuenta con 81 países, 26 organizaciones internacionales, 9 instituciones financieras y 31 fundaciones filantrópicas y diversas ONG.
En esta vorágine geopolítica, esperamos prevalezca la racionalidad y el foco sea la preservación de la dignidad de la persona y sea posible retornar a un paradigma de desarrollo y fraternidad universal.