En esta revisión de las perspectivas que se delinean en el panorama político internacional para este año, y en particular para América Latina y el Caribe es fundamental reflexionar sobre el “descontento silencioso” al que apuntan autores como el mexicano Ernesto Antonio Michel Guardiola (2020), que se podría sintetizar en una dinámica de “voto castigo” a los oficialismos sean estos de derechas o de izquierdas donde lo relevante no es lo ideológico o dogmático sino la capacidad de afrontar retos; la dicotomía Macri-Fernández, Bolsonaro-Lula, o recientemente Fernández-Milei, podría inscribirse en este pulso pendular.
La dinámica Argentina y Brasil donde el distanciamiento ideológico de Bolsonaro con Fernández se recrudece ahora entre Lula y Milei, derivando en una relación conflictiva que ha perdido un sentido estratégico, que es cada vez más asimétrica en términos políticas, de mercado y de atención diplomática nos advierte de un grave desacuerdo de gobernanza no sólo encapsulada entre Buenos Aires y Brasilia que desde 1980 estaba consagrada bajo tres compromisos centrales, a saber, estratégico-energético, productivo -consagrado con el Mercosur en 1991- y diplomático, sino con consecuencias regionales importantes dada la posición predominante de ambos Estados en los mecanismos de integración regional como apuntan Merke y Stuenkel (2020), demostrado en cifras como el hecho que aunque “las exportaciones a Argentina y al resto de los países del Mercosur ocupan un lugar similar en 1995 y 2017, las importaciones desde este bloque y de Sudamérica en general se han reducido, de un 18% en 1995 a un 11% en 2017” (Merke y Suenkel, 2020, p.36) y que nos revela un deterioro estructural de las relaciones Argentina-Brasil que se replica también en muchos casos de la balanza comercial interamericana.
Este último ejemplo, nos permite introducir una variable interesante y particularmente relevante en los eventos electorales recientes, a saber, los “outsiders”. Allí podrían insertarse fenómenos como López Obrador en México donde el principal lema de su campaña y de su gobierno es “primero los pobres”; Bukele en El Salvador, Milei en Argentina, Gustavo Petro en Colombia o el trumpismo en EE. UU., con un escandaloso componente populista. Los ejemplos de Ecuador, Chile y próximamente tal vez de Argentina nos da luces sobre la capacidad o incapacidad de implementación de grandes planes de ajuste macroeconómico en los países de la región.
Los recientes procesos electorales en países como Bolivia y Honduras son una muestra evidente de otro gran seísmo institucional: la desconfianza en los sistemas electorales, ahondado por la tentación de la reelección indefinida, las relaciones clientelares y la corrupción, desatando en profundas crisis institucionales y políticas; El caso peruano resulta enigmático; tras la crisis institucional en tiempos del presidente Vizcarra, donde se evidencia la complejidad del entramado institucional, y que sostiene el reciente informe del Latinobarómetro donde el Congreso es la institución con mayor desconfianza de la región.
Finalmente, una reflexión importante es el posicionamiento de la región frente Washington y Beijing, e incluso Moscú, y la participación de ambos en la escena política y económica regional, complejizado por este mosaico ideológico regional que representa un dilema para actores como China, Estados Unidos y Rusia.
El Sur Global está llamado a tener un profundo protagonismo este 2024; en cuando los BRICS, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica suman a su club a Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán; Argentina habría ingresado, pero el presidente Milei se opone rotundamente, en un ambicioso plan de reposicionamiento y viraje político, y socioeconómico cuya viabilidad aún es cuestionable.
Los sistemas de partidos políticos tradicionales siguen pendiendo de un hilo; la profunda desconexión entre sociedad, políticos e instituciones, especialmente entre los más jóvenes es un desafío colosal. Allí la Inteligencia Artificial y las nuevas tecnologías pueden ser una gran oportunidad o una amenaza titánica.
Las elecciones del 5 de noviembre de 2024 en Estados Unidos serán claves no sólo para Washington sino para el Nuevo Orden Internacional que está configurándose, cuyos rasgos siguen siendo difuminados. El presidente Biden ha confirmado su candidatura a la reelección por el Partido Demócrata. Por su parte Donald Trump, Ron de Santis y Nikki Haley se disputan la candidatura del Partido Republicano donde claramente Trump lleva la delantera, escenario que parece replicarse en las presidenciales, al menos de momento. Vale la pena destacar que, en los últimos años, más de 4,7 millones de jóvenes hispanos han obtenido el derecho a voto y su papel va a ser significativo en estados claves como Nevada o Arizona, y podría decidir el futuro de la Casa Blanca. De perder Biden las elecciones, Washington estaría inmerso en la misma lógica del “voto castigo” a los oficialismos en la que se encuentra toda América Latina.
Además, el regreso de los republicanos a la Casa Blanca podría traducirse en un cambio radical de postura de la actitud y papel de Washington en temas de interés global como la Guerra en Ucrania -recordemos que crece la sensación de hastío en los republicanos en el Congreso en cuanto a preservar el financiamiento en armamento y cooperación a Kiev-, las relaciones con China y Taiwán o incluso las relaciones transatlánticas con Bruselas que se habían fortalecido con la administración Biden-Harris. Un dato peculiar es que el 65% de los adultos estadounidenses declara que se siente agotado, siempre o con frecuencia, cuando piensa en política, siguiendo un patrón de “desconexión global” ante la fatiga del mundo de la tecnología y la información instantánea.