La civilización medieval occidental de los siglos X al XIV estuvo relacionada al surgimiento de nuevas configuraciones de organización de la población de carácter social, económico y cultural que reemplazaría el viejo orden, de grupos poblacionales aislados y los centros monacales como únicos epicentros del conocimiento, conjuntamente a la aglomeración demográfica, dando paso así al surgimiento del contexto urbano que se convertiría en uno de los grandes catalizadores del mundo moderno.
Absolutamente necesario es considerar los dos grandes vectores de esta nueva configuración social, económica, cultural y política, a saber, el poder civil, representando por el “Estado” y la Iglesia. Lo que marcaría el contexto urbano, la vida y en general todo el proceso histórico de finales de la Edad Media, serían “Las dos Espadas” de San Bernardo, la búsqueda por su adquisición y la batalla de la subsistencia en imperio tanto del poder finito, terrenal, civil como del infinito, eclesiástico, y espiritual.
En el proceso evolutivo, aldea-villa-ciudad, el estamento sacralizado, el ordo carolingio perdía fuerza y entraban los Estados, pues como sentencia el historiador y escritor francés Jacques Le Goff el “aire de la ciudad hace libres”.
Los tres ejes fundamentales de la Divina Comedia de Dante Alighieri, desde un punto de vista filosófico, el cosmos, la razón y la fe, la predestinación y el libre albedrío, serán pues focos centrales del humanismo renacentista y catalizadores de esa transición a una modernidad que ya se reforma con ferocidad.
El reconocido profesor y filósofo mexicano Alberto Constante en su ensayo La memoria perdida de las cosas (crítica a la modernidad), apuntala sobre la modernidad la creencia, cada vez más extendida, que “estamos en el dintel de su agonía y muchos celebran este fin y acarician esa cosa extraña llamada posmodernidad” e inmediatamente nos plantea una interrogante global, a saber, en qué consiste «El proyecto de la modernidad”. Constante (2007) se refiere a la modernidad como “una condición ideológica, la expresión de una manera específica de ver y comprender los hechos en el tiempo como continuidad y también como ruptura.”
En el S. XVIII llega a su apogeo la expectativa de que las artes y las ciencias permitirían controlar la naturaleza y comprender la realidad. La idea fundamental, esencial en este proceso fue la de «progreso», y quizás sea posible decir que pese a las tesis weberianas del “desencantamiento del mundo” este “huracán” como lo denomina Walter Benjamín, sigue moviendo las velas de nuestro proceso histórico. Para el autor mexicano, “la modernidad es una construcción creada por el tipo de mentalidad que dio a luz a los conceptos de evolución, desarrollo, progreso y, como hemos apuntado reiteradamente: revolución” bajo la expectativa constante de un mejor porvenir que nos plantea la paradoja fehaciente de una regresión amparada por un ideal de progreso que se legitima a través de la ciencia y la técnica misma, a pesar de por sí misma desechar lo ideológico.
La matematización del mundo, la fijación de límites, la invención del sujeto y el predominio del logocentrismo, entre otros, han modelado nuestro mundo, que, en nuestra perspectiva, impulsado por el contexto pandémico, se dirige hacia lo que Descartes, Bacon, o Leibniz llamaban “un cambio vocacional” una nueva actitud frente al ser y el conocer con un horizonte emancipador del hombre.
El temor de Marcuse o Habermas que este “proyecto” terminaría por convertirse en la disposición de dominio sobre el ser, que acusan un proyecto de fondo enajenante y que nos ha llevado al borde de la destrucción sigue latente.
En efecto este “Proyecto de la Modernidad” nace divorciado de la idea de Providencia y plantea de sí misma una realidad autónoma, gobernada ahora por la racionalidad, y la racionalización, teorías que desarrollaría Weber (los límites de la acción racionalizadora) y que darán paso a la Escuela crítica de Fráncfort, y que el Circulo de Viena llevaría a sus máximas consecuencias con la perenne insistencia en la epistemología y la filosofía de la ciencia.
En efecto la modernidad comulga con el credo del hombre nuevo que domina con el conocimiento, que es perfectible, como lo plantearía Voltaire, y cuyo proyecto se justificaría en la matematización de su naturaleza, actos y designios; estas sociedades tendrían a la técnica como motor de esta evolución.
Benjamín, ve el futuro como una demanda, autoexigente que es “un desfiladero hacia el que apunta el progreso moderno;” aquello que se daba por hecho, un futuro común, global, prospero, mejor y feliz, se contradice por un mundo signado por la desigualdad, la pobreza, las autocracias y autoritarismo, la polarización, el extremismo, la apatía, refugiados, guerras, tensiones nucleares, cambio climático, la violencia, nos empuja a la necesidad de reflexionar sobre las causas del auge del supuesto “fracaso de la modernidad”.
Ante esto, al estilo Dante Alighieri como viajero y poeta en la Divina Comedia, Así, guiado por Virgilio, Estacio, Matelda, Beatriz y San Bernardo, debemos repensar proceso de formación y perfeccionamiento de nuestro mundo, y reescribir a imagen del dolce stil novo de Petrarca, las líneas de una nueva cosmovisión, más justa, libre, ecuánime, y fraterna.