Hoy, cuando Ucrania sigue bajo el ataque ruso, la cooperación euroatlántica asume un rol transcendental dentro del campo de las relaciones internacionales; la importancia y relevancia del renacer de este bloque geopolítica se torna histórica y vital en un punto en el que la “Segunda Guerra Fría” parece irreversible; la visita del presidente estadounidense Joe Biden a Europa esta semana y su participación en las cumbres de la OTAN, el G7 y la Unión Europea, así como su visita expresa a Varsovia, deja claro que Estados Unidos sigue jugando un papel estratégica en la paz y la seguridad internacional, repotenciando alianzas e instituciones germinadas durante la Guerra Fría como la OTAN.
Bruselas es hoy indiscutiblemente el epicentro de la política mundial; Los jefes de Estado y de Gobierno de los 30 aliados reunidos en Bruselas han mostrado una unidad y coherencia sin parangón en nuestro siglo frente a la agresión de Moscú contra Kiev; la burocracia y papeleo diplomático y político se ha diluido en una lucha desesperada por todos los medios diplomáticos, políticos, económicos, y eventualmente militar de forma disuasiva, en aras de encapsular y terminar la guerra en el este de Ucrania, reafirmar una voluntad eficaz y vinculante por el mundo libre, los valores democráticos, la Soberanía estatal, el respeto por el Derecho Internacional, los DDHH, la paz mundial, la seguridad internacional, y la dignidad de la persona humana.
La Unión Europea asume un nuevo rol de liderazgo a nivel mundial bajo la premisa de una “autonomía estratégica” en la que lleva trabajando décadas; en las últimas semanas ha demostrado una capacidad decisiva innovadora trabajando mancomunadamente con una agilidad extraordinaria; existe una consciencia colectiva que de facto la seguridad de Europa está en juego en Ucrania. Bruselas se juega su lugar como una potencia unitaria supranacional en el orden internacional que se forja, dolorosamente, en las asediadas ciudades de Mariúpol, Odesa o Kharkiv. El mundo debe abogar por que se preserve el imperativo categórico humanitario connatural al ser humano. Incluso en la guerra hay leyes y reglas; los Convenios de Ginebra de 1949 y sus protocolos positivizaron el Derecho Internacional Humanitario y debe respetarse.
La guerra en Ucrania ha significado un seísmo geopolítico; los sistemas políticos liberales están sometidos a altas cargas de presión; La velocidad y determinación con la que actúe Europa conjuntamente a EEUU, Canadá, Japón y otros aliados es decisiva; 3 oleadas sancionatorias ya han sido impuestas a Moscú; a la lejanía se advierte a China que no intente ayudar a sus vecinos a eludirlas. Es interesante resaltar que, por los mecanismos propios de funcionamiento de las instituciones comunitaria de la UE, como la Comisión Europea y concretamente del Consejo de la Unión Europa, cualquiera de los 27 estados miembros podría haber vetado estas sanciones, y acciones políticas y diplomáticas contra Rusia, pero ninguno lo hizo. A un plano relegado ha pasado las fisuras entre Bruselas y Budapest o Varsovia; paradójicamente Polonia lidera el ala oriental del bloque comunitario y heroicamente ha recibido y acogido millones de refugiados.
Las sanciones han sido más extensas de lo que nadie creía factible; sin embargo, paralizar todas las operaciones comerciales entre Rusia y Europa es inviable, al menos en lo inmediato. Francia, que ocupa la presidencia rotativa de la UE, ya propone una segunda versión de los fondos de Resiliencia y Recuperación económicas, aprobados originalmente como plan de rescate económico de la pandemia, esta vez con la esperanza de paliar los inevitables efectos domésticos de las sanciones, pero también reformular la seguridad energética y militar del bloque comunitario.
Muchos gobiernos se disponen a subir su presupuesto en gasto militar, incluso privilegiándolo frente a lo social. Las negociaciones de paz con Rusia deberían tender hacia un espacio más razonable. Por un lado, Rusia está haciendo cuatro demandas principales: una declaración de neutralidad ucraniana; la aceptación formal de Ucrania de la independencia de Crimea y de las “repúblicas populares” de la región del Donbás; la desmilitarización de Ucrania; y el levantamiento de las sanciones. Ucrania, por su parte, da señales, tal vez por obligación o convicción, de ceder a varias estas demandas, incluida la renuncia a la posibilidad de ser miembro de la OTAN. El presidente Volodymyr Zelensky, ya ha indicado que cualquier acuerdo propuesto estaría sujeto a referéndum.
Lo más probable es que se utilice una fórmula de negociación similar a la utilizada durante los Acuerdos de Oslo, alcanzado compromisos inmediatos urgentes como un cese al fuego duradero, y la canalización constante de canales humanitarios; la negociación de algún tipo de régimen o estatus de administración político-administrativo en las regiones separatistas es una opción plausible en lo jurídico y en lo político. Turquía, Israel, China y la Santa Sede podrían ser mediadores e interlocutores fiables y garantes del proceso de paz. Sortear las debilidades de los caducos acuerdos de Minsk de 2014-15 es una autentica espada de Damocles.
La «siriaización» de Ucrania supondría una verdadera pesadilla para el mundo. La estrategia de «contención» de la guerra fría será releída y reformulada frente a los nuevos escenarios. Las cuestiones de Suecia y Finlandia respecto a la OTAN; la probable posesión de armas nucleares que rompe lo pactado en el Memorándum de Budapest sobre garantías de seguridad del 5 de diciembre de 1994; la posible peor crisis energética desde la década de 1970 y la ausencia de una panacea energética sin llevarse por delante los esfuerzos de descarbonización y mitigación del cambio climático; así como la postura que adopte China no sólo frente a la crisis ucraniana sino frente a Taiwán o Hong Kong, son focos de inestabilidad que caldean el panorama internacional y darán forma al mundo del hoy y del mañana.